Bethan Linscott, arqueóloga, sobre el 'Niño de Lapedo': "Poder datar al niño fue como devolverle una pequeña parte de su historia"
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El Niño de Lapedo, hallado en 1998 en el refugio rocoso de Lagar Velho, al centro de Portugal, representa uno de los descubrimientos más reveladores sobre la relación entre neandertales y humanos modernos. El esqueleto, correspondiente a un niño de unos cuatro años, muestra un mosaico anatómico con características de ambas especies. Hasta hace poco, la falta de una datación precisa había impedido situarlo con exactitud en el marco evolutivo. Ahora, un nuevo estudio lo fija hace unos 28.000 años, aportando evidencia concreta del mestizaje entre ambos grupos.
El trabajo liderado por un equipo internacional ha permitido, mediante la técnica de análisis de radiocarbono de compuestos específicos (CSRA), confirmar que el niño vivió entre 25.830 y 26.600 a.C.. Para la arqueóloga Bethan Linscott, de la Universidad de Miami, este avance ha tenido también una dimensión emocional: “Poder datar con éxito al niño fue como devolverle una pequeña parte de su historia, lo cual es un gran privilegio”.
Un ritual funerario que habla de humanidadLa tumba del niño revela un contexto simbólico. Sus restos estaban cubiertos con ocre rojo, probablemente parte de un manto funerario, lo que sugiere una práctica ritual cuidadosamente planificada. Sobre el cuerpo, los arqueólogos hallaron huesos de un conejo joven, interpretado como una ofrenda. Otros elementos, como carbón o huesos de ciervo, resultaron ser más antiguos, descartando su vínculo directo con el enterramiento.
Desde el punto de vista anatómico, el Niño de Lapedo refuerza la hipótesis del mestizaje entre neandertales y sapiens. Su barbilla prominente recuerda a los humanos modernos, mientras que sus piernas cortas y robustas son típicas de los neandertales. Este perfil híbrido, difícil de interpretar hace décadas, cobra ahora pleno sentido gracias a los avances en la paleogenética.
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Estudios actuales muestran que los humanos no africanos conservan en torno a un 2% del genoma neandertal. El Niño de Lapedo aporta, además, una forma visible y tangible de esa herencia compartida. Su hallazgo refuerza la idea de que, más allá del conflicto, hubo contacto, convivencia e incluso integración entre especies humanas en la Europa del Paleolítico.
La investigación alrededor de este esqueleto infantil no solo amplía el conocimiento sobre la evolución humana, sino que también permite reflexionar sobre la continuidad emocional entre nuestros ancestros y nosotros. A pesar de que transcurrió más tiempo entre el nacimiento del Niño de Lapedo y la llegada de la agricultura en el año 10.000 a.C. que entre ese periodo y la actualidad, su tumba refleja una emoción y un entorno familiar profundamente humanos.
El Niño de Lapedo, hallado en 1998 en el refugio rocoso de Lagar Velho, al centro de Portugal, representa uno de los descubrimientos más reveladores sobre la relación entre neandertales y humanos modernos. El esqueleto, correspondiente a un niño de unos cuatro años, muestra un mosaico anatómico con características de ambas especies. Hasta hace poco, la falta de una datación precisa había impedido situarlo con exactitud en el marco evolutivo. Ahora, un nuevo estudio lo fija hace unos 28.000 años, aportando evidencia concreta del mestizaje entre ambos grupos.
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